La Guerra

En 1937 Antonio Machado publicó «La guerra», con ilustraciones de su hermano José Machado Ruiz, seis de ellas correspondientes a paisajes de Rocafort.  La Guerra es el último libro de Antonio Machado y destaca como una obra de compromiso histórico y testimonial, en la que destacan textos de hondura estremecedora, como la elegía dedicada a Federico García Lorca:  El crimen fue en Granada.

Reproducimos,  por la estrecha relación con el tema que conforma esta web, (Antonio Machado y Rocafort) la serie de ilustraciones de José Machado de Rocafort, en 1937.

María Zambrano escribió en el número XII  de Hora de España (diciembre de 1937, pp. 68-74) una reseña, de la que destacamos unos párrafos significativos

«No es un azar que sea así, por la condición misma poética que de siempre ha tenido Machado; nada nuevo nos brinda, nada hay en él que antes y desde el primer día ya no estuviera. Y si hoy aparece en primer término y con mayor brillo, se debe no a lo que él haya añadido, sino a la situación de la vida española, a que por virtud de las terribles circunstancias hemos venido a volver los ojos, en esa última mirada de vida o muerte, hacia lo cierto, hacia lo seguro, hacia la verdad honda que en horas más superficiales hemos podido quizá eludir. La voz poética de Antonio Machado canta y cuenta de la vida más verdadera y de las verdades más ciertas, universales y privadísimas al par de toda vida. ¿Qué sería de nosotros, de todo hombre, si no supiésemos hoy y no nos lo supiese recordar el saber último que con sencillez de agua nos susurran al oído las palabras poéticas de Machado? Y aunque en última instancia todo hombre, toda hombría en plenitud, sepa de esas cosas, es necesaria siempre su formulación poética, porque en la conciencia de un poeta verdadero adquieren claridad y exactitud máxima, al ser expresadas, al ser recibidas por cada uno en su perfecto lenguaje, ya no nos parecen nuestras, cosa individual, sino que nos parecen venir del fondo mismo de nuestra historia, adquieren categoría de palabras supremas, esa que todo pueblo ha necesitado escuchar alguna vez de boca de un legislador, legislador poético, padre de un pueblo. Palabras paternales son las de Machado, en que se vierte el saber amargo y a la vez consolador de los padres, y que con ser a veces de honda melancolía, nos dan seguridad al darnos certidumbre. Poeta, poeta antiguo y de hoy; poeta de un pueblo entero al que enteramente acompaña.»

(…)

«… La palabra del poeta ha sido siempre necesaria a un pueblo para reconocerse y llevar con íntegra confianza su destino difícil, cuando la palabra del poeta, en efecto, nombra ese destino, lo alude y lo testifica; cuando le da, en suma, un nombre. Es la mejor unidad de la poesía con la acción o como se dice con la política, la mejor y tal vez única forma de que la poesía puede colaborar en la lucha gigantesca de un pueblo: dando nombre a su destino, reafirmando a sus hijos todos los días su saber claro y misterioso del sino que le cumple, transformando la fatalidad ciega en expresión liberadora. Y sin buscarlo nos acude a la mente un nombre: Homero, a quien de un modo literario en nada pretendemos cotejar con nuestro humilde cantor de los campos castellanos, el cantor -¿coincidencia?- de las altas praderas numantinas. No se trata de comparar méritos, ni nosotros sabríamos discernirlo, pero es quizá una categoría poética que un poeta determinado puede llevar con o más menos talento, con más o menos fortuna literaria. Si acude con su grandeza impersonal –impersonal hasta en su ciega mirada- el divino cantor de la Grecia legendaria es por eso, justamente, por su impersonalidad, porque a su través ya no creemos escuchar a un hombre determinado, sino a un pueblo.

«Todo ello acude a decirnos que es Antonio Machado un clásico, un clásico que por fortuna vive entre nosotros y posee viva y fluyente capacidad creadora. Y es clásico también por la distancia de que su voz nos llega; con sentirla cada uno dentro de sí, se le oye llegar de lejos, tan de lejos que oímos resonar en ella todos los íntimos saberes que nos acompañan, lo que en la cultura viene a ser la paternidad, aquello que poseemos de regalo, de herencia. Por el solo hecho de ser española recibimos el tesoro con nuestro idioma, lo recibimos y llevamos en la sangre, en lo que es sangre en el espíritu, en aquello vivo, íntimo y que, siendo lo más inmanente, es lo que nos une: la sangre de una cultura que late en su pueblo, en el verdadero pueblo, aunque sea analfabeto. Y por esto es también su viva historia lo que pasa y lo que queda.»