El camino hacia la eternidad, de Luisa Micó Giner

Rocafort, abril 2021
Luisa Micó Giner 

‘Adiós, madre’ fueron sus dos últimas palabras.

Tras pronunciarlas entró en coma. Después se silenciaron los estertores de su respiración, se apagaron sus ojos y  se durmió para siempre.

Así se fue nuestro gran poeta, como él mismo había predicho: “viajando a bordo, ligero de equipaje, casi desnudo,  como los hijos de la mar”.

Él, que era en el buen sentido de la palabra “bueno”, nos dejó huérfanos para siempre, pero no murió del todo.

Nunca sería  capaz de abandonarnos y así  seguirá siempre viviendo eternamente en la memoria y en la conciencia de nuestro pueblo.

Antonio Machado Ruiz, falleció en el exilio, a las tres y media de la tarde del 22 de febrero de 1939.  Solo un mes después de su llegada al sur de Francia.

Sus últimos días los vivió en Colliure, tras haber sido evacuado de Barcelona y rechazar el traslado a París, que le había sido ofrecido por el gobierno republicano. 

Todo el pueblo acudió a despedirle, mientras él se alejaba, llevándose consigo su enorme tristeza por la patria, traicionada y derrotada.

Allí, en aquel pequeño cementerio de un pueblo de alegres colores, dónde “nunca está nublado porque la Tramontana se lleva las nubes”, reposan  sus restos, tras haber rechazado la familia su traslado a España.

Se fue nuestro gran poeta. Murió en el destierro, huyendo de una guerra perdida, a menos de  30 km de la frontera con España, el país que amaba, entonces tan lejos y a la vez tan cerca.

Desde allí, con sus brazos extendidos hacia el sur, como en un abrazo, las amargas lágrimas en sus ojos, seguía añorando su amada España, por cuya libertad tanto había luchado, en la que por primera vez había visto la luz y escuchado  las canciones de cuna de su madre. En su recuerdo, seguía oyendo el sonido alegre de las fuentes del patio de Sevilla de su niñez, cuya melodía guardaría para siempre en la memoria.

Su único crimen, su palabra, la fuerza  de su versos y el compromiso de la lucha en defensa del gobierno legítimo de la República que había sido traicionado.

Un año antes, tras  el estallido de la Guerra Civil , ya tuvo que huir de Madrid, acompañado de su madre, de su hermano José y de la esposa de este, estableciéndose con su familia en Villa Amparo, en el  un pueblo de Rocafort, en un chalet que le había sido cedido por la familia Báguena.

Allí vivió,  rodeado de la belleza verde  de las huertas, trabajando, paseando, acunado por el rumor del agua de las acequias cercanas, hasta que en marzo del 1938 y tras el avance de las tropas franquistas la familia tuvo que huir a Barcelona, convertida en capital de la República.

En la ciudad condal se alojaron en el Hotel Majestic, uno de los más lujosos, repleto de personajes comprometidos como los escritores León Felipe o José Bergamín, todos como él empujados al exilio por su ideología política.

El 25 de abril, los Machado deciden abandonar las dos habitaciones que ocupan en el Majestic y se instalan en la Torre Castanyer, en el señorial barrio de Sant Gervasi.

Desde allí, continúa publicando en La Vanguardia hasta 1939, escribiendo 25 artículos para este diario durante los últimos meses de la Guerra Civil, aunque ya no llegó a tiempo  de publicar su último artículo sobre el general republicano,Vicente Rojo.

El 6 de octubre de 1938, su espíritu conciliador le hizo pronunciar y escribir en ese periódico la frase: “Hay cosas que sólo la guerra nos hace ver claras, que bien nos entendemos en lenguas maternas diferentes”.

Aquejado de una grave enfermedad bronquial, fruto de un arraigado tabaquismo, el poeta estaba apesadumbrado y extenuado.

Ya camino del exilio, la separación de su amada Guiomar y el recuerdo de su joven esposa fallecida, empeoraron todavía más su estado de ánimo.

Antonio había llegado a Soria en mayo de 1907, con treinta y dos años como catedrático de Francés, tras aprobar las oposiciones en lengua francesa en abril.

En cuanto a su formación educativa, realizó sus estudios en la Institución Libre de Enseñanza de Madrid, completándolos en los institutos de San Isidro y Cardenal Cisneros.

El motivo del traslado de la familia desde Sevilla, su ciudad natal,  a la capital, fue para asegurar a sus hijos una formación educativa en defensa de la libertad de cátedra y la negación de ajustar sus enseñanzas a cualquier dogma en materia religiosa, política y moral.

En Soria Machado, se alojó en  la pensión de la calle Estudios y allí fue donde conoció y se enamoró de Leonor, la hija de la  patrona de la pensión, donde se alojaba.

Cuando se conocieron y enamoraron,  él ya  tenia treinta y tres años y ella solo catorce.  Tuvieron que esperar a la mayoría de edad  para casarse. 

En 1908 Antonio pidió el noviazgo y la boda se celebro dos años después, el  30 de julio de  1909.

Aquel  día de la boda salieron de la calle Estudios  hacia la plaza de San Blas y Rosel, andando los 300 metros, hasta llegar a la iglesia de La Mayor de Santa María.

Para él, Leonor, su esposa y su musa, era la alegría, la vida y el sentido de su felicidad.

Poseía  la sabiduría de las cosas pequeñas, que se convertían en la inspiración de sus  poemas.

Ella le aportaba la alegría propia de la juventud que a él le faltaba.

El amor a Leonor compensaba la monotonía de su trabajo de profesor.

Eran muy felices, sin imaginarse que el destino les iba a jugar una mala pasada, que en palabras del poeta, “fulminó” su felicidad.

Durante un viaje de placer a Madrid, Leonor tuvo una hemoptisis, enfermedad  muy grave e incurable en aquella época.

Él no quería perder la esperanza, confiando en un milagro de la primavera que nunca llegó.

Leonor murió de tuberculosis tres años después. Era el uno de  agosto de 1912 y fue enterrada en el cementerio del Espino de Soria.

Ese mismo año se publicaba «Campos de Castilla».

Su recuerdo constituye el fondo más sólido de mi espíritu, se decía. El poeta se quedó solo con su corazón, con su  tristeza y con el mar.  Desesperado, pidió traslado a Baeza.

Después llego todo lo demás, el destierro y su muerte fuera de España, por la que tanto había luchado.

En agradecimiento a  Antonio Machado, poeta de la Generación del 98, dramaturgo, narrador, defensor y luchador por la auténtica España.

Tu pueblo no te olvida.

Por si puedes oírme, a través de las ondas del cielo, me gustaría decirte que vuestra lucha no fue inútil y que finalmente, tras demasiados años de penumbra, España venció a la dictadura en el año 1975. Ahora,, y desde entonces, vamos de camino hacia la construcción de un país cada vez más libre.

Descansa en paz.