Unamuno y Machado

En este blog hemos dedicado algunos artículos (desde una perspectiva de divulgación periodística, sin pretensiones de rigor académico) algunas reseñas de las relaciones de Antonio Machado con diversos intelectuales o literatos con los que tuvo alguna relación (Max Aub y Garcia Lorca). Abordamos con esta nota la misma pretensión sobre la relación entre Machado y Unamuno, posiblemente dos de los intelectuales más relevantes del siglo XX en España.

Como ya comentamos en el artículo que dedicamos a la relación entre Max Aub y Machado, el dramaturgo recogió en su Manual de Historia de la Literatura Española un silogismo que plantea que si Unamuno representó «un modo de sentir» y Ortega «un modo de pensar» Machado representa «un modo de ser». Max Aub completó el retrato, matizando en ese modo de ser: «la estirpe romántica, la sencilla bondad, el vigor intelectual y la sincera melancolía».

Los dos intelectuales, que más tarde fueron designados representantes de la Generación del 98, se conocieron a principios del siglo XX. Machado envió a Unamuno su primer libro de versos «Soledades», en 1903, con la siguiente dedicatoria: A don Miguel de Unamuno, al Sabio y al poeta. Devotamente: Antonio Machado. Parece que Unamuno visitó a Machado para agradecerle el envío del libro y este último le dedico su poema Luz y le escribió una carta: Usted, con golpes de maza, ha roto la espesa costra de nuestra vanidad, de nuestra somnolencia (…) A usted debo el haber saltado la tapia de mi corral o de mi huerto (…) hay que soñar despierto. No debemos crearnos un mundo aparte (…) no debemos huir de la vida para forjarnos una vida mejor que sea estéril para los demás». Dos años más tarde, en 1905, Machado dedicó un poema a Unamuno, en su poemario Vida de don Quijote y Sancho

Este donquijotesco
don Miguel de Unamuno, fuerte vasco,
lleva el arnés grotesco
y el irrisorio casco
del buen manchego. Don Miguel camina,
jinete de quimérica montura,
metiendo espuela de oro a su locura,
sin miedo de la lengua que malsina.

A un pueblo de arrieros,
lechuzos y tahúres y logreros
dicta lecciones de Caballería.
Y el alma desalmada de su raza,
que bajo el golpe de su férrea maza
aún durme, puede que despierte un día.

Quiere enseñar el ceño de la duda,
antes de que cabalgue, el caballero;
cual nuevo Hamlet, a mirar desnuda
cerca del corazón la hoja de acero.

Tiene el aliento de una estirpe fuerte
que soñó más allá de sus hogares,
y que el oro buscó tras de los mares.
Él señala la gloria tras la muerte.
Quiere ser fundador, y dice: Creo;
Dios y adelante el ánima española…
Y es tan bueno y mejor que fue Loyola:
sabe a Jesús y escupe al fariseo.

Los dos intelectuales establecieron una fecunda relación epistolar. En junio de 1913, desde Baeza, Machado escribe a Unamuno expresando su abatimiento, tanto por la muerte de Leonor como por su confinamiento en Baeza:

«La muerte de mi mujer dejó mi espíritu desgarrado. Mi mujer era una criatura angelical segada por la muerte cruelmente. Yo tenía adoración por ella; pero sobre el amor, está la piedad. Yo hubiera preferido mil veces morirme a verla morir, hubiera dado mil vidas por la suya. No creo que haya nada extraordinario en este sentimiento mío. Algo inmortal hay en nosotros que quisiera morir con lo que muere».

«Esta Baeza, que llaman Salamanca andaluza, tiene un Instituto, un Seminario, una Escuela de Artes, varios colegios de 2.ª enseñanza y apenas sabe leer un 30 por ciento de la población. No hay más que una librería donde se venden tarjetas postales, devocionarios y periódicos clericales y pornográficos. Es la comarca más rica de Jaén y la ciudad está poblada de mendigos y de señoritos arruinados en la ruleta. La profesión de jugador de monte se considera muy honrosa. Es infinitamente más levítica que el Burgo de Osma y no hay un átomo de religiosidad. Hasta los mendigos son hermanos de alguna cofradía. Se habla de política —todo el mundo es conservador— y se discute con pasión cuando la audiencia de Jaén viene a celebrar algún juicio por jurados. Una población rural encanallada por la Iglesia y completamente huera. Por lo demás, el hombre del campo trabaja y sufre resignado o emigra en condiciones tan lamentables que equivalen al suicidio.

En 1915 Machado firma el manifiesto proaliado «Palabras de algunos españoles», junto con,Unamuno, Azorín, Araquistáin, Américo Castro, Cossío, Marañón, Menéndez Pidal, Maeztu, Ortega y Gasset, entre otros. Al respecto, en una carta a Unamuno de 16 de enero de este año, afirma Machado:

«Nuestra neutralidad hoy consiste […] en no saber nada, en no querer nada, en no entender de nada. Es verdaderamente repugnante nuestra actitud ante el conflicto actual y épica nuestra inconsciencia, nuestra mezquindad, nuestra cominería. Hemos tomado en espectáculo la guerra, como si fuese una corrida de toros, y en los tendidos se discute y se grita. Se nos arrojará un día a puntapiés de la plaza, si Dios no lo remedia. Los elementos reaccionarios, sin embargo, aprovechan la atonía y la imbecilidad ambiente para cometer a su sombra indignidades como la de que V. fue víctima [la destitución de Unamuno como rector de la Universidad de Salamanca el año anterior]. Si no se enciende dentro la guerra, perdidos estamos. La juventud que hoy quiere intervenir en la política debe, a mi entender, hablar al pueblo y proclamar el derecho del pueblo a la conciencia y al pan, promover la revolución, no desde arriba ni desde abajo, sino desde todas partes. Gentes de buen talento hay entre ellos y de noble intención, pero me parecen tocados de un mal disimulado aristocraticismo que malogrará su obra. Importa, sobre todo, que el empujón que vendrá de fuera no nos coja dormidos [en Antonio Machado, Epistolario, Barcelona, Octaedro, 2009, pp. 135-36].

En 1927, Antonio Machado fue elegido miembro de la Real Academia Española, aunque nunca llegó a tomar posesión de su sillón en la Academia. ​ En una nueva carta a Unamuno, el poeta le comenta la noticia con sana ironía: «Es un honor al cual no aspiré nunca; casi me atreveré a decir que aspiré a no tenerlo nunca. Pero Dios da pañuelo a quien no tiene narices…»

De 1929 es una carta a Unamuno (exiliado desde el inicio de la Dictadura, primero en París y luego en Hendaya, después de haberse evadido de la isla de Fuerteventura adonde fue desterrado), donde Machado se refiere a la situación política del momento:

De política, acaso sepa V. desde ahí, más que nosotros, los que vivimos en España. Aquí, en apariencia al menos, no pasa nada. Y lo más triste es que no hay inquietud ni rebeldía contra el estado actual de cosas. Las gentes parecen satisfechas de haber nacido. Nadie piensa en el mañana. Para muchos una caída en cuatro pies tiene el grave peligro de encontrar demasiado cómoda la postura. Yo, sin embargo, quiero pensar que tanta calma y tanta conformidad, son un sueño malo, del cual despertaremos algún día [carta a Unamuno, 16 de enero de 1929; en Antonio Machado, Prosas dispersas (1893-1936), Madrid, Páginas de Espuma, 2001, p. 571].

El último encuentro entre Unamuno y Machado fue con motivo del nombramiento de Unamuno como doctor honoris causa por la Universidad de Oxford. Fue en 1936, en Madrid, en las tertulias de los Machado. Cuentan que Unamuno entró diciendo: «Yo vengo a saludar al hombre más descuidado de cuerpo y más limpio de alma de cuantos conozco: don Antonio Machado». Unamuno se sento entre Manuel y Antonio, relató el suceso de Oxford, y hablaron fundamentalmente de la situación y el futuro del país.

Respecto a la posición de ambos durante el periodo republicano, si bien ambos abrazaron el advenimiento de la II República con entusiasmo, su evolución respecto a la misma fue distinta. Unamuno se sintió decepcionado por el desarrollo de la misma, y apoyó, incluso económicamente,  el golpe militar del 18 de julio. Pero la figura de Unamuno es conocida por que  protagonizó un evidente desencuentro con las autoridades franquistas, como refleja la reciente película dirigida por Alejandro Amenabar, en el episodio de su famoso discurso el 12 de octubre de 1936.

Unamuno, tras el discurso pronunciado el 12 de octubre de 1936.

Machado, sin embargo mostró su apoyo incondicional al gobierno y se convirtió, de facto, en el más relevante apoyo intelectual del gobierno republicano. Pero existe un detalle que, salvando muchas distancias y aunque sea de manera anecdótica, con el que se podría establecer cierto paralelismo entre ambos intelectuales. No sabemos si Machado conocía el contenido del discurso de Unamuno de aquel 12 de octubre cuando escribió el discurso que expuso, el 12 de enero, a pocos días de la muerte de Unamuno, en Salamanca, en la Conferencia Nacional de Juventudes Socialistas. En aquel discurso, en un contexto que puede suponerse poco propicio a las sutilezas ideológicas, el poeta declaro: «Desde un punto de vista teórico, yo no soy marxista. Veo, sin embargo, con entera claridad, que el socialismo, en cuanto supone una manera de convivencia humana, basada en el trabajo, en la igualdad de medios concebidos a todos para realizarlo, y en la abolición de los privilegios de clase, es una etapa inexcusable en el camino de la justicia».  En las imágenes cinematográficas que reflejan aquel acto (una de las escasas escenas en las que aparece el poeta) aparece A. Machado con el puño en alto, al lado de dirigentes comunistas como Santiago Carrillo aunque su expresión no parece revelar demasiado entusiasmo.

Crónica

En el proceso de documentación realizado para redactar esta nota, hemos encontrado una interesante referencia sobre la relación de Machado y Unamuno. Se trata de un articulo escrito  en la revista El Mono Azul del 17 de septiembre de 1936, por Ilya Ehrenburg, escritor y periodista sovietico, que participó activamente en el Congreso de Escritores Antifascistas de julio de 1937. En el artículo, tras denunciar la actitud de Unamuno a favor del golpe, establece una comparación con Antonio Machado:

“Los escritores de España no van por vuestro camino. El poeta Antonio Machado, lírico y filósofo, digno heredeo gran Jorge Manrique, está con el pueblo y no con los verdugos. El filósofo Ortega y Gasset, que había vacilado mucho, ha vuelto la espalda a los bandidos en esta hora decisiva. Ramón Gómez de la Serna ha declarado que está dispuesto a luchar al lado del pueblo. El joven poeta Rafael Alberti, al que unos campesinos libraron de la horca de los «defensores de la cultura», lucha valientemente contra los de galones de oro. Los escritores se apartan de usted, y se ha quedado usted con los civiles, que en otro tiempo le llevaban a la cárcel y que ahora estrechan la mano del fascista Unamuno” CARTA DE ILYA EHRENBURG ADON MIGUEL DE UNAMUNO. El mono azul. Número 4. Madrid, jueves 17 de septiembre de 1936.

 

A la muerte de Unamuno ocurrida el ultimo día del año 1936, Antonio Machado escribió, ya instalado en Rocafort, tal y como recoge Monique Alonso en su libro Antonio Machado: poeta en el exilio  (1985): «Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en la guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo; acaso también, aunque muchos no lo crean, contra los hombres que han vendido a España y traicionado a su pueblo. ¿Contra el pueblo mismo? No lo he creído nunca y no lo creeré jamás».  No sabemos si Machado era conocedor del contenido del discurso de Unamuno, per es evidente que le profesaba respeto intelectual.

 

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